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Ser comprados con un precio tiene un significado profundo y poderoso para aquellos que creen en Jesucristo como su Salvador. La Biblia nos enseña que la sangre de Jesús fue el precio que se pagó por nuestra redención, para liberarnos del poder del pecado y de la condenación eterna. Ser comprados con un precio implica que ahora pertenecemos a Dios, y con esa pertenencia viene una gran responsabilidad: glorificar a Dios en todas nuestras acciones y decisiones. También implica que nuestros cuerpos son templos del Espíritu Santo, y debemos cuidarlos y utilizarlos de una manera moral y responsable. En este artículo exploraremos en detalle cada uno de estos temas y cómo afectan nuestra vida como creyentes.
La sangre de Jesucristo como el precio de nuestra redención
La sangre de Jesucristo tiene un significado único y especial en la fe cristiana. La Biblia nos enseña que «sin derramamiento de sangre no hay remisión de pecados» (Hebreos 9:22). Jesús, el Hijo de Dios, vino a este mundo para darnos vida abundante y eterna, y pagó el precio más alto posible: su propia vida. Su sacrificio en la cruz fue el acto supremo de amor y obediencia a Dios, y a través de su sangre derramada, obtuvimos la redención y el perdón de nuestros pecados.
Esa sangre preciosa nos compró y nos liberó del poder del pecado y de la muerte. Ya no estamos condenados a vivir bajo la esclavitud del pecado, sino que podemos experimentar la libertad y la victoria en Cristo. El precio que se pagó por nuestra redención nos muestra el infinito amor y la gracia de Dios.
Pertenecer a Dios y la responsabilidad de glorificarlo
Al ser comprados con un precio tan alto, nos convertimos en propiedad de Dios. Ya no somos nuestros propios dueños, sino que pertenecemos a aquel que nos rescató con su sangre. Esta pertenencia implica una gran responsabilidad: la de glorificar a Dios en todo lo que hacemos.
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La Palabra de Dios nos enseña que todos los aspectos de nuestra vida deben estar centrados en Dios. En 1 Corintios 10:31, Pablo nos exhorta a que, sea que comamos, bebamos o hagamos cualquier cosa, lo hagamos para la gloria de Dios. Esto significa que nuestras acciones, decisiones y palabras deben reflejar la naturaleza y carácter de Dios. Al vivir de esta manera, mostramos al mundo quién es Dios y cómo nos ha transformado.
El cuerpo como templo del Espíritu Santo
Una de las implicaciones de ser comprados con un precio es que nuestros cuerpos se convierten en el templo del Espíritu Santo. En 1 Corintios 6:19-20, Pablo nos recuerda que nuestro cuerpo no nos pertenece, sino que es el templo del Espíritu Santo que habita en nosotros. Por lo tanto, debemos cuidar y honrar nuestros cuerpos, evitando cualquier forma de inmoralidad sexual.
La inmoralidad sexual es una ofensa a Dios, porque nuestro cuerpo es sagrado y ha sido comprado con un precio. Debemos usar nuestros cuerpos de una manera que honre a Dios y respete la santidad de nuestra relación con Él. Esto implica vivir en pureza sexual y en obediencia a los mandamientos de Dios en todas las áreas de nuestra vida.
La importancia de utilizar nuestros cuerpos de manera moral
La moralidad es un aspecto fundamental de la vida cristiana. Ser comprados con un precio significa que no podemos vivir de la misma manera que antes de conocer a Cristo. Nuestros cuerpos y nuestras acciones deben reflejar la transformación que Dios ha hecho en nosotros.
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La moralidad implica vivir de acuerdo con los principios y valores de la Palabra de Dios. Esto incluye evitar todo tipo de pecado, como la mentira, el robo, el odio, la envidia, la codicia y muchos otros. No podemos permitir que el pecado tenga control sobre nosotros, porque hemos sido comprados con un precio que nos ha liberado de su poder.
La moralidad también incluye amar y servir a los demás. Jesús nos enseñó a amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos, y esto implica tratar a los demás con bondad, respeto y compasión. No podemos glorificar a Dios si vivimos de manera egoísta y egoísta.
No permitir que otros humanos nos controlen
Ser comprados con un precio también implica que no debemos permitir que otros seres humanos nos controlen. Solo Dios tiene el derecho y la autoridad de ser nuestro Señor y maestro. No debemos someternos a nadie más que a Él.
Esto significa que no debemos permitir que las opiniones, las presiones sociales o las expectativas de otras personas dicten nuestras decisiones o nuestra forma de vida. Nuestro único estándar y guía debe ser la Palabra de Dios. La voluntad de Dios debe ser nuestra prioridad absoluta, y debemos buscar su dirección y sabiduría en todas nuestras decisiones.
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No debemos temer ir en contra de la corriente o estar en desacuerdo con las normas y valores del mundo. Nuestra lealtad y obediencia son para Dios y solo para Él. Al vivir de esta manera, demostramos que somos verdaderos siervos de Dios y que estamos dispuestos a pagar el precio de seguir a Cristo.
La liberación del pecado a través de la sangre de Cristo
La sangre de Jesucristo no solo compró nuestra redención, sino que también nos liberó del poder del pecado. Antes de conocer a Cristo, estábamos esclavizados por nuestros pecados y éramos incapaces de liberarnos por nosotros mismos. Pero la sangre de Cristo nos dio la libertad y el poder para vencer el pecado en nuestras vidas.
Al ser comprados con un precio, ya no tenemos que vivir bajo el dominio del pecado. A través de la obra redentora de Cristo en la cruz, hemos sido liberados y restaurados a una relación correcta con Dios. Ahora tenemos el Espíritu Santo viviendo en nosotros, quien nos guía, nos fortalece y nos capacita para vivir vidas santas y agradables a Dios.
Ser esclavos de Dios y vivir en obediencia a Él
Ser comprados con un precio implica que ahora somos esclavos de Dios. Esto puede sonar extraño, ya que normalmente asociamos la esclavitud con algo negativo. Pero en la fe cristiana, ser esclavos de Dios es algo maravilloso.
Al ser esclavos de Dios, estamos bajo su cuidado, provisión y protección. Él nos guía y nos dirige en todas las áreas de nuestra vida. Nuestra obediencia a Dios no es un deber pesado, sino un privilegio y una bendición. Al vivir en obediencia, experimentamos la plenitud y la paz que solo pueden venir de una vida entregada a Dios.
La obediencia a Dios implica seguir sus mandamientos y su voluntad, incluso cuando no entendemos o no nos gusta. Significa confiar en su sabiduría y en su amor perfecto, sabiendo que él siempre tiene el mejor plan para nosotros.
Conclusión: Vivir en gratitud por el precio pagado por nuestra redención
Ser comprados con un precio es un recordatorio constante del amor y la gracia de Dios hacia nosotros. La sangre de Jesucristo fue el precio que se pagó por nuestra redención, y ahora pertenecemos a Dios. Esta pertenencia viene con una gran responsabilidad: la de glorificar a Dios en todo lo que hacemos y cuidar de nuestros cuerpos como templos del Espíritu Santo.
No debemos permitir que el pecado o las opiniones de otros nos controlen, sino que debemos vivir en obediencia a Dios. La sangre de Cristo nos ha liberado del poder del pecado y nos ha hecho esclavos de Dios, y es un privilegio y una bendición vivir en su voluntad.
En gratitud por el precio pagado por nuestra redención, debemos vivir vidas que honren y glorifiquen a Dios en todo momento. Solo cuando reconocemos la inmensidad del precio pagado por nuestra redención, podemos vivir en plenitud y experimentar la vida abundante que Dios tiene para nosotros. Que nuestra vida sea un testimonio vivo de la gran obra de Dios en nuestra vida y su amor sin medida.