La misión de Jesús: Por qué Dios lo envió al mundo

El envío de Jesús al mundo fue una misión divina sin precedentes. En un momento específico de la historia, Dios decidió enviar a Su Hijo a la Tierra para cumplir un propósito supremo. En este artículo, exploraremos las diversas razones por las cuales Dios eligió ese momento específico para enviar a Jesús. Desde la expectativa del Mesías entre los judíos hasta la difusión del Evangelio a través del ejército romano, analizaremos cada aspecto que contribuyó a la misión de Jesús. A lo largo del camino, veremos cómo la ley judía preparó el camino para Su venida, cómo las profecías se cumplieron en Él y cómo se alineó con la profecía de las setenta semanas de Daniel. Al final, examinaremos la abundante evidencia que respalda la afirmación de que Jesús fue, en verdad, el Mesías prometido.

La expectativa del Mesías entre los judíos

Para comprender por qué Dios envió a Jesús al mundo, debemos examinar la expectativa del Mesías entre los judíos en ese momento. Durante siglos, el pueblo judío había esperado la llegada del Mesías prometido, aquel que sería enviado por Dios para redimir a Israel y establecer Su reino eterno. Esta expectativa estaba profundamente arraigada en la cultura y la fe judía, y era un tema recurrente en las enseñanzas de los profetas del Antiguo Testamento. A medida que la espera se prolongaba, la necesidad de la intervención divina se hacía cada vez más evidente.

La unidad del imperio romano como una circunstancia favorable

Aunque el dominio del imperio romano era opresivo para muchos pueblos conquistados, la unidad que este imperio proporcionaba resultó ser una circunstancia favorable para la misión de Jesús. La Pax Romana, o paz romana, garantizaba una estabilidad y un orden en todo el imperio que facilitaban la difusión del mensaje de Jesús. La existencia de una red de caminos y un sistema de comunicación eficiente permitía a los apóstoles y a los seguidores de Jesús llevar el Evangelio a diferentes regiones en poco tiempo. Además, el imperio romano garantizaba la protección y la seguridad de los viajeros, lo que era crucial para que los primeros discípulos pudieran llevar a cabo su labor misionera.

El uso del idioma griego como lengua común en ese momento

Otro factor importante que contribuyó a la difusión del evangelio fue el uso del idioma griego como lengua común en ese momento. Aunque el arameo y el hebreo eran las lenguas nativas de la mayoría de los judíos, el griego se había convertido en el idioma de comercio y comunicación en el imperio romano. Esta circunstancia permitió que el mensaje de Jesús trascendiera las barreras lingüísticas y se extendiera a un público más amplio. Los apóstoles y los seguidores de Jesús podían comunicarse con personas de diferentes regiones sin tener que aprender múltiples idiomas. El uso del idioma griego como lengua común fue una herramienta invaluable para la difusión del Evangelio.

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La insatisfacción con las religiones existentes

En ese momento, muchas personas estaban insatisfechas con las religiones existentes y buscaban una experiencia espiritual más profunda y significativa. El paganismo romano, con sus múltiples dioses y rituales, no ofrecía una respuesta satisfactoria a las cuestiones más profundas del alma humana. Las religiones judías, por su parte, eran vistas por muchos como legalistas y carentes de un verdadero encuentro personal con Dios. La llegada de Jesús ofreció una alternativa única: una relación personal y transformadora con el Creador. Su mensaje de amor, perdón y redención resonó en los corazones de aquellos que se sentían desencantados con el statu quo religioso. La insatisfacción con las religiones existentes fue un factor importante que permitió que el mensaje de Jesús se difundiera rápidamente.

La difusión del Evangelio a través del ejército romano

Quizás uno de los factores más sorprendentes y menos conocidos que contribuyeron a la difusión del Evangelio fue la presencia del ejército romano en diferentes regiones. A medida que los soldados romanos se desplazaban por todo el imperio, llevaban consigo no solo su militarismo, sino también sus ideas y creencias. Muchos soldados romanos se convirtieron al cristianismo y se convirtieron en embajadores de la fe en los lugares a los que eran enviados. El apóstol Pablo, por ejemplo, interactuó con soldados romanos mientras estaba bajo arresto en Cesarea y posteriormente en Roma. Estos encuentros permitieron que el mensaje de Jesús llegara a personas que de otra manera no habrían tenido acceso a él. La presencia del ejército romano se convirtió en una herramienta inesperada para la difusión del Evangelio.

La razón desconocida de por qué Dios eligió ese momento específico

A pesar de todas estas circunstancias favorables, la verdadera razón de por qué Dios eligió ese momento específico para enviar a Jesús al mundo sigue siendo desconocida. Podemos especular y analizar las diferentes condiciones históricas y sociales, pero al final, solo podemos confiar en la soberanía y sabiduría de Dios. Sus caminos son más altos que los nuestros y Su plan se rige por Su perfecto conocimiento y propósito. Lo que sí sabemos es que Jesús vino en el tiempo perfecto según el designio divino, para cumplir Su misión redentora y llevar la salvación a toda la humanidad.

La preparación del camino a través de la ley judía

Antes de la venida de Jesús, Dios preparó el camino a través de la ley judía. La ley, dada por Moisés en el Sinaí, era un conjunto de mandamientos y preceptos que debían ser seguidos por el pueblo de Israel. Sin embargo, la ley no era suficiente para redimir a la humanidad de su pecado y restaurar la relación con Dios. La ley revelaba la santidad de Dios y la incapacidad del hombre para cumplirla en su totalidad.

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La ley también anticipaba la necesidad de un sacrificio perfecto que pudiera cubrir los pecados de la humanidad. A lo largo de los siglos, los sacrificios de animales fueron ofrecidos repetidamente como símbolo de expiación por el pecado. Estos sacrificios prefiguraban el sacrificio supremo que Jesús haría en la cruz como el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo.

La ley judía también estableció un sistema de profecías que apuntaban al Mesías. Los profetas del Antiguo Testamento anunciaron la venida del Mesías y describieron sus características y obra redentora. Las profecías se cumplieron en Jesús, desde su nacimiento virginal hasta su crucifixión y resurrección. A través de la ley judía, Dios preparó el camino para la llegada del Mesías, estableciendo expectativas y revelando su plan redentor.

Las profecías cumplidas en Jesús

Una de las mayores pruebas de que Jesús fue enviado por Dios al mundo es el cumplimiento de las numerosas profecías del Antiguo Testamento en Su vida, muerte y resurrección. Estas profecías, escritas cientos de años antes del nacimiento de Jesús, describían detalles específicos sobre su linaje, su lugar de nacimiento, su ministerio, su vida sin pecado, su muerte en la cruz y su resurrección.

Por ejemplo, el profeta Miqueas predijo que el Mesías nacería en Belén: «Pero tú, Belén Efrata, eres pequeña entre los clanes de Judá; de ti saldrá el que será gobernante en Israel; sus orígenes son desde tiempos antiguos, desde los días de siempre» (Miqueas 5:2). Este cumplimiento de la profecía se encuentra registrado en el evangelio de Mateo, donde se relata el nacimiento de Jesús en Belén.

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Del mismo modo, Isaías profetizó sobre el nacimiento virginal del Mesías: «Por tanto, el Señor mismo les dará una señal: la virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emanuel» (Isaías 7:14). Esta profecía se cumplió cuando María, siendo virgen, concibió al Hijo de Dios por obra del Espíritu Santo.

Estos son solo dos ejemplos de las muchas profecías cumplidas en Jesús. A lo largo de su ministerio, Jesús cumplió numerosas profecías relacionadas con su enseñanza, sus milagros y su sacrificio en la cruz. El hecho de que Jesús cumpliera tantas profecías del Antiguo Testamento es una evidencia convincente de que fue enviado por Dios como el Mesías prometido.

La alineación con la profecía de las setenta semanas de Daniel

Otra evidencia importante que respalda la misión de Jesús como el Mesías prometido es su alineación con la profecía de las setenta semanas de Daniel. Esta profecía, encontrada en el libro de Daniel, predice el tiempo en que el Mesías vendría y sería rechazado y crucificado.

Según la profecía, setenta semanas de años, es decir, 490 años, se determinaron para el pueblo de Israel y para la ciudad de Jerusalén. Después de siete semanas y sesenta y dos semanas, es decir, 69 semanas o 483 años, el Mesías sería cortado. Esta profecía se cumple de manera sorprendente en la vida de Jesús.

El erudito bíblico Sir Robert Anderson calculó que las 69 semanas proféticas desde el edicto para reconstruir Jerusalén hasta la entrada triunfal de Jesús fueron de aproximadamente 483 años. Este cálculo se basa en años proféticos de 360 días, y tiene en cuenta las intercalaciones y ajustes cronológicos necesarios.

El cumplimiento de esta profecía en Jesús es una confirmación adicional de Su identidad como el Mesías. Su vida, ministerio y muerte ocurrieron en el momento exacto predicho por Daniel, demostrando así el plan y la soberanía de Dios.

La evidencia de que Jesús fue el Mesías prometido

A lo largo de los siglos, se ha acumulado una abundante evidencia histórica, arqueológica y testimonial que respalda la afirmación de que Jesús fue, en verdad, el Mesías prometido. Desde testimonios de los primeros seguidores de Jesús hasta evidencias de su vida y ministerio encontradas en los evangelios y otros documentos antiguos, hay una miríada de pruebas que atestiguan la realidad de su existencia y su obra salvadora.

Por ejemplo, los evangelios, escritos por testigos presenciales y seguidores de Jesús, son una valiosa fuente de información sobre Su vida, enseñanzas y milagros. Estos relatos han resistido el escrutinio histórico y continúan siendo ampliamente considerados como registros confiables y precisos de los eventos que rodearon la vida de Jesús.

Además, existen referencias a Jesús y a Su iglesia primitiva en fuentes no cristianas, como los escritos de historiadores como Flavio Josefo, Tácito y Plinio el Joven. Estas referencias proporcionan una confirmación independiente de la existencia de Jesús y de la influencia que tuvo en su tiempo.

La arqueología también ha revelado evidencia de la existencia de ciudades y lugares mencionados en las Escrituras, así como de costumbres y prácticas descritas en los textos bíblicos. Estas pruebas arqueológicas respaldan la historicidad de los relatos bíblicos y fortalecen la veracidad de la vida y obra de Jesús.

En última instancia, sin embargo, la evidencia más poderosa de la identidad de Jesús como el Mesías prometido se encuentra en la transformación que Él ha traído a las vidas de millones de personas a lo largo de los siglos. Testimonios personales de sanidades, liberaciones y cambios de vida muestran la realidad del poder transformador de Jesús y la salvación que ofrece a todos los que creen en Él.

Conclusión

La misión de Jesús de venir al mundo fue una decisión divina que se llevó a cabo en el momento preciso y bajo circunstancias favorables. Desde la expectativa del Mesías entre los judíos hasta la difusión del Evangelio a través del ejército romano, cada aspecto de la situación histórica y espiritual en ese momento contribuyó a la misión de Jesús. La ley judía preparó el camino para Su venida, las profecías se cumplieron en Él y Su vida se alineó con la profecía de las setenta semanas de Daniel. Además, la abundante evidencia histórica, arqueológica y testimonial respalda la afirmación de que Jesús fue el Mesías prometido. En última instancia, la misión de Jesús fue y sigue siendo la salvación de la humanidad y la restauración de la relación con Dios.