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El favoritismo es un tema que se aborda en la Biblia de manera clara y contundente. Según las enseñanzas bíblicas, el favoritismo es considerado como parcialidad o sesgo, es decir, mostrar preferencia por una persona sobre otras, sin que exista un motivo justificado para ello. La Biblia nos enseña que el favoritismo no es la voluntad de Dios para nuestras vidas y nos insta a tratar a todas las personas con amor y justicia, sin importar su estatus económico, apariencia o cualquier otro factor externo.
¿Qué es el favoritismo según la Biblia?
El favoritismo, de acuerdo a la Biblia, se refiere a la tendencia de mostrar preferencia hacia una persona en detrimento de otras. Esta preferencia puede estar basada en diversos motivos como la riqueza, la posición social, la belleza física, entre otros. En la Biblia, encontramos ejemplos claros de favoritismo, como el caso de Jacob y Esaú, donde su padre, Isaac, mostró favoritismo hacia Jacob, lo cual causó discordia y resentimiento entre los hermanos. Otro caso es el de José y sus hermanos, quienes mostraron favoritismo hacia José, lo que llevó a su venta como esclavo.
El favoritismo y la voluntad de Dios
De acuerdo a lo que la Biblia nos enseña, el favoritismo no es parte de la voluntad de Dios para nuestras vidas. Dios es imparcial y justo, y nos llama a seguir su ejemplo. En el libro de Levítico 19:15, se nos insta a no cometer injusticias ni mostrar favoritismo: «No hagan injusticia en los juicios; no favorezcan a los pobres ni muestren favoritismo a los poderosos».
La voluntad de Dios es que amemos y tratemos a todas las personas por igual, sin importar su apariencia, su riqueza o su posición social. En el libro de Santiago, capítulo 2, se nos recuerda que si mostramos favoritismo, estamos cometiendo pecado: «Hermanos míos, ¿de qué aprovechará si alguien dice que tiene fe, pero no tiene obras? ¿Podrá la fe salvarle? (…) Pero si hacen distinción de personas, cometen pecado y quedan convictos por la ley como transgresores».
El favoritismo en la sociedad y en la iglesia
Lamentablemente, el favoritismo está presente no solo en la sociedad, sino también dentro de la iglesia. En diferentes aspectos de la vida cotidiana, se puede observar cómo la gente muestra favoritismo hacia aquellos que consideran más atractivos, más exitosos o más influyentes. Esto puede llevar a la exclusión y al trato injusto hacia aquellos que no son considerados «favoritos» por la sociedad.
En cuanto a la iglesia, también es posible encontrar situaciones de favoritismo. Algunos líderes eclesiásticos pueden mostrar preferencia hacia determinadas personas, otorgándoles privilegios y beneficios que no están disponibles para todos los miembros de la congregación. Esto puede generar división y crear un ambiente de desigualdad dentro de la iglesia.
El favoritismo como pecado
La Biblia es clara en que el favoritismo es considerado como pecado. Cuando mostramos favoritismo, estamos yendo en contra de los principios de justicia y amor que Dios nos ha enseñado. El apóstol Pablo, en su carta a los Gálatas, nos exhorta a no caer en el favoritismo y a amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos: «Porque en Cristo Jesús, ni la circuncisión ni la incircuncisión tienen valor, sino la fe que obra por el amor» (Gálatas 5:6).
El favoritismo crea división y promueve la injusticia en todas sus formas. Si queremos vivir de acuerdo a los principios de la Biblia, debemos esforzarnos por tratar a todas las personas con igualdad y justicia, sin importar su apariencia, riqueza o cualquier otro factor externo.
Los líderes de la iglesia y el favoritismo
Los líderes de la iglesia están llamados a ser ejemplo de imparcialidad y justicia. Su labor es guiar a la congregación en el camino de Dios y hacerlo con integridad. Es importante que los líderes de la iglesia se alejen del favoritismo y traten a todos los miembros de la congregación de manera justa y equitativa.
En el libro de Santiago, se hace una advertencia directa a los líderes de la iglesia respecto al favoritismo: «Hermanos míos, que no sean muchos los que aspiren a ser maestros, porque seremos juzgados con mayor severidad» (Santiago 3:1). Esto significa que los líderes de la iglesia tienen una responsabilidad aún mayor de evitar el favoritismo, ya que serán juzgados con mayor rigurosidad.
El desafío de evitar el favoritismo
Evitar el favoritismo es un desafío, especialmente en un mundo donde se nos bombardea constantemente con mensajes que nos incitan a valorar a las personas según su apariencia, riqueza o estatus social. Sin embargo, como seguidores de Jesús, debemos esforzarnos por vivir de acuerdo a los principios de la Biblia y amar a todas las personas sin hacer distinción.
Para evitar el favoritismo, es esencial recordar que todas las personas han sido creadas a imagen y semejanza de Dios y tienen igual dignidad y valor. Además, debemos recordar el mandamiento de Jesús de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Marcos 12:31). Esto implica tratar a todas las personas con el mismo amor y respeto que deseamos recibir.
Amar y tratar a todas las personas según el amor de Dios
Cuando amamos y tratamos a todas las personas con el amor de Dios, estamos reflejando su carácter y su voluntad en nuestras vidas. Este amor no hace distinción de personas y busca el bienestar y la felicidad de todos.
La Biblia nos enseña que Dios ama a todos por igual y nos llamó a amarnos los unos a los otros de la misma manera. En el libro de Juan, Jesús nos da un nuevo mandamiento: «Un mandamiento nuevo les doy: que se amen los unos a los otros. Como yo los he amado, así también ustedes deben amarse los unos a los otros» (Juan 13:34). Este mandamiento nos llama a tratar a todas las personas con amor, misericordia y compasión, sin hacer distinciones.
El favoritismo no es la voluntad de Dios para nuestras vidas. La Biblia nos enseña que el favoritismo es considerado como pecado y nos insta a tratar a todas las personas con amor y justicia. Aunque es un desafío evitar el favoritismo en un mundo que valora el estatus y la apariencia, como seguidores de Jesús, debemos esforzarnos por tratar a todas las personas con el amor de Dios, sin hacer distinciones. Recordemos que todos somos hijos de Dios y merecemos ser tratados con igualdad y respeto, independientemente de nuestro aspecto o posición social.